Con todos los avances de la ciencia, de la tecnología, de la neurociencia, de la física, de la razón y del saber, es INCREÍBLE, es decir, de no creer, que no sólo persistan, sino que aumenten día a día la cantidad de personas que creen cosas que son “burradas”. Sin embargo, no debemos ir tan lejos como los que creen que la tierra es plana o que la NASA tiene un área 51; ya que todos nosotros también creemos muchas veces en cosas que no tienen ni pies ni cabezas; que son evidentemente falsas, pero que no podemos o no queremos dejar de creer. ¿Es que somos realmente “burros”? La verdad es que no, sólo somos seres humanos y actuamos como tales y para eso es muy interesante conocer en profundidad porqué nos comportamos como lo hacemos y cómo decidimos.
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¿Seres racionales?
Tal como lo sostiene Ramón Nogueras, en su libro Porqué creemos en mierdas, a menudo, tomamos decisiones que son de todo menos racionales y estamos imbuidos de creencias absurdas que tienen que ver con todo, menos con la razón y con los datos. Es más: Ni siquiera somos capaces de explicar en qué demonios andábamos pensando cuando decidimos hacer algo. Por mucho tiempo los economistas creyeron, erróneamente, que los clientes tomarían decisiones exclusivamente de acuerdo con el mayor beneficio y el menor costo en cada adquisición o decisión que tomaran. Sin embargo, al hacer la investigación vieron que la inmensa mayoría se decidía por criterios que nada tenían que ver con la lógica, la razón o la información.
Por el contrario, mucho más tenía que ver con golpes de intuición frutos de información parcial filtrada por la propia construcción relacional (o de vínculos) y creencias que cada persona poseía. Al final cada decisión tiene que ver en gran parte con nuestra identidad, con nuestras emociones y sobre todo, cómo entendemos y percibimos la realidad. Si una persona, por ejemplo, la percibe amenazante y escasa materialmente, va a tomar decisiones muy diferentes a una que la percibe como amigable y abundante, siendo que pueden estar en el mismo lugar.
La salida fácil
Cuando algo no nos calza con nuestras emociones ni identidad, los “burros” de nuestros cerebros tienden a engañarse y buscar soluciones más cortas que le permitan salir de la molestia. Es ahí cuando se elaboran respuestas simples a partir de información parcial, ya sea culpándonos a nosotros mismos o culpando a otros. Existe una tendencia humana a buscar una explicación simplona y de una sola causa a cualquier fenómeno que sea complejo: «son los comunistas», «es una conspiración nazi», «son las redes»… Nos ayuda pensar que las cosas pasan por una sola razón para poder tener una solución sencilla y alguien claro a quien echar la culpa. El famoso “Chivo Expiatorio”.
Pero, para bien o para mal, esto no es así. El mundo es complejo, somos seres relacionales, de un tejido lleno de hilos y nudos. Donde hay seres humanos “se humanea” y para entender por qué caemos en creencias falsas y tonterías tenemos que ver que este es un fenómeno cuyas causas están dentro y fuera de nosotros.
Creer burradas es humano y universal
Consuelo de muchos es un lindo consuelo. Así que, si se han sentido identificados en este tiempo por creer “burradas”, virales de redes sociales, conspiraciones y complots de todo tipo, no es sano autoflagelarnos, sino reconocer que es parte de nuestra naturaleza cultural. Sin embargo, es importante mantener esta tendencia a raya, ya que, si bien esto siempre ha existido, gracias a las redes sociales, las “burradas” hoy se propagan mucho más rápido y se mantienen en el tiempo y vuelven a tomar vida cada vez que alguien las pincha. La idea de este texto es darnos cuenta de cuándo nos estamos dejando llevar por nuestros sesgos y autoengaños y de darnos cuenta también de cuándo nos están intentando engañar.
Algunas razones de nuestras “Burradas”
Una de las principales explicaciones de creer burradas es una consecuencia colateral de una virtud de nuestro cerebro. Es lo que se denomina “Pareidolia” y es nuestra tendencia natural de buscar patrones en todo y darle sentido a lo que nos rodea y a lo que nos pasa. Eso nos ayuda mucho a entender cómo vivir en el mundo y es lo que nos ha hecho “inteligentes”, sin embargo, a veces vemos patrones donde no los hay. Es ahí donde nuestra razón puede ser engañada por nuestras emociones, creencias, supersticiones y percepciones que nada tienen que ver con la realidad y la evidente verdad.
La pareidolia es la que, por ejemplo, nos lleva a creer en las supersticiones ya que nos dan una sensación de control sobre el mundo y muchas veces creemos las cosas en función de cómo nos hacen sentir, más que de la información disponible.
Creemos burradas y somos tercos como mulas
Leon Festinger identificó un fenómeno aún más insólito de nuestra especie. Y es que no sólo creemos en burradas, sino que aun cuando nos cuenten la verdad, seguimos empecinados como mulas en creer. A esta reacción se le denominó “Disonancia Cognitiva”. Mucha gente considera que, como son personas racionales y pensantes, cambiarían su punto de vista si les demostraran que están equivocados. Pero la realidad es que no y que incluso justifican sus posturas más tenazmente. Y es que la sensación que tenemos al experimentar dos conceptos antagónicos es tan desagradable (ya que cuestiona nuestras ideas, identidad, opinión, creencia etc.) que la hacemos inmediatamente inconsistente en nuestra psique. Es como una tensión entre dos fuerzas y gana la que confirma nuestra identidad. Por ejemplo, el fumador que puede pensar: «Fumar es malo para la salud y podría matarme» y, al mismo tiempo: «Yo fumo dos paquetes diarios».
Nuestras incoherencias nos hacen sentir mal. Por tanto, la salida de esta locura es decir: “De algo hay que morirse”. Nos decimos algo a nosotros mismos y a los demás, para no sentirnos burros. Es una conducta humana normal. Primero creemos, luego vemos, y no al revés: ese es el llamado sesgo de confirmación. A todo lo anterior se suman las noticias falsas y los mensajes de dudosa intención que se hacen verdaderas “pandemias” en las redes sociales. Siempre han existido, pero ahora se diseminan más rápido y permanecen en la red con sólo un click.
Caminos de Retorno
Pasar de ser burros y mulas tercas y aceptar que estamos equivocados y asumir con humildad nuestro error no es algo que pase de la noche a la mañana, porque supone un dolor muy grande. Es un duelo que implica pérdida de nuestra identidad, nuestras creencias, y nuestro modo de entender la realidad. Quizás en parte el desierto que hemos experimentado con la pandemia es el duelo de asumir ciertos sesgos y modos de percibir la realidad y los vínculos con todo y con todos que ya no daban más. Sin embargo, si hay algo que caracteriza al ser humano también es su capacidad de evolucionar desde el amor. De re-evolucionar. De resucitar en una mejor versión.